Disfruto éste “Día del Amigo” (quizás el mejor invento argentino) tanto como cualquiera de ustedes y recibo, también como cualquier de ustedes, gran cantidad de pensamientos, reflexiones, chistes y ocurrencias de todo tipo sobre la amistad y los amigos.
Sin embargo, todos esos mensajes responden a una idea tradicional de la amistad y de “el amigo” que no es necesariamente la mía y que quisiera compartir con todos ustedes.
Por lo que escuché siempre desde chico parecía que alguien, para acceder a la noble categoría de “amigo”, debía reunir un montón de requisitos: ser amigo desde hace mucho tiempo, estar “en las buenas y en las malas”, saber lo que piensa el otro “con sólo mirarlo a los ojos”, verse con cierta frecuencia, etc.
Todo esto explica la clásica afirmación según la cual “los amigos se cuentan con los dedos de una mano”.
A riesgo de resultar un poco chocante, y sin ánimo de que nadie se sienta mal, difiero con todo eso.
La vida me ha convencido de que la amistad está lejos de encuadrar en esos estereotipos y que las condiciones exigidas están lejos de garantizar cualquier cosa.
Así me ha pasado tener un amigo del alma que decididamente no sirve para “las malas” (que en mis malos momentos siempre se apresuró a decirme “perdóname, no sé qué decirte ni como contenerte y no quiero hacerte sentir peor…llamame cuando estés mejor”) sin que ello haya mermado en nada mi cariño por él.
Por supuesto existe la inversa, el amigo que es un fenómeno en “las malas” pero que no sirve para divertirse (el que dice “perdoname, pero no sirvo para atorrantear…llama a otro”), tan valioso como el otro.
De la misma manera, y quizás por las mismas razones, tampoco reniego del que se acerca sólo en las “buenas”, como tampoco valoro más especialmente al que se acerca “sólo” en “las malas”.
Este concepto tradicional de la amistad me ha generado culpa cuando me he sorprendido no sintiendo un afecto especial por algún amigo de la adolescencia y del que en otros momentos era inseparable.
Al revés, también me he sentido incómodo por sentir más aprecio, o más “química”, por alguien que conocí hace poco tiempo que por alguien que conozco hace diez o veinte años.
Estos son sólo algunos ejemplos que explican por qué no coincido con la visión tradicional y rígida de la amistad, según la cual los amigos que uno tiene a los 40 años debieran ser los mismos que tenía a los 15.
Contrariamente a los nobles objetivos que parece encerrar ésta visión, creo que puede minimizar el “título” de “amigo” cuando se lo concede a alguien por el sólo paso del tiempo, a la vez que puede cerrarnos las puertas a nuevas amistades.
Uno de los momentos en que he sentido éstas encrucijadas es mi cumpleaños y, por supuesto, el día del amigo.
¿A quién invito? ¿A quién llamo pero no invito? ¿A quién dejo de llamar?
¡Cuántas veces he invitado a alguien “porque tengo que invitarlo”,…“porque es amigo”,…“porque…”!
¡Y cuántas veces no me animé a invitar a alguien porque “recién lo conozco”, “porque no puedo invitar a éste y a fulano no”, “porque queda descolgado”, etc.!
La verdad es que personalmente siento que la amistad en el fondo es igual que el amor: sólo importa con quien se está bien…y punto.
Por eso tengo una visión menos tradicional, más flexible y, si se quiere, más dinámica de la amistad.
Y, por supuesto, más auténtica.
Si quiero “ascender” a alguien a la categoría de “amigo” no le exijo que me conozca desde chiquito ni que sepa qué me pasa con sólo mirarme (a ésta altura no se lo podría pedir ni a mi vieja) ni que esté “siempre en las buenas y en las malas” sino un solo requisito: sentirme bien a su lado.
Por eso los dedos de las dos manos no me alcanzan.
Hasta la próxima…
julio 20, 2010 a las 3:58 pm |
Feliz día Ramiro!coincido con vos en todo lo dicho!Y he descubierto una «gran amistad» conmigo misma!
julio 21, 2010 a las 6:28 pm |
HOY MAS QUE NUNCA, Y DESPUES DE COINCIDIR EN TOOODDOOOO!!. FELIZ DIAAAA AMIGOOOOO!!!!
TE MANDO UN BESOTE Y ABRAZO DE OSO.
julio 29, 2010 a las 8:39 pm |
Coincido totalmente. Saludos.
agosto 4, 2010 a las 2:28 am |
Al leerte, los empecé a contar y agregué los dedos de los pies y . . . no me alcanzaron.
Abrazo. Rubén.