Hoy se cumple exactamente un año de la muerte del ex presidente Raúl Ricardo Alfonsín y se multiplican los recordatorios y las voces de reconocimiento desde todos los sectores políticos.
Aunque soy perfectamente consciente de que mi postura puede sonar políticamente incorrecta, y me disculpo si involuntariamente hiero los sentimientos de alguien, creo que los elogios que recibe Alfonsín son en gran parte inmerecidos.
Pienso eso en base a la conducta claramente antidemocrática que ha tenido el ex presidente para con el derecho fundamental a la libertad de expresión.
Todos coincidimos en que la libertad de expresión es indispensable para la existencia de una sociedad democrática.
Consecuencia directa de esa idea es que cualquier sistema que limite o restrinja esa libertad estará limitando o restringiendo simultáneamente la democracia.
Siguiendo en esa línea, surge con gran claridad que no hay mayor cercenamiento a la libertad de expresión que el monopolio de los medios a través de los cuales se canaliza la misma.
Y lo cierto es que, aunque pase desapercibido, Alfonsín ejerció durante su presidencia el más impresionante dominio sobre los medios que ha habido desde 1983 a la fecha.